San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

martes, 6 de noviembre de 2012

¿Qué es el Cielo? El destino de eterna felicidad al que estamos llamados, en la contemplación de la Santísima Trinidad


Nuestra condición terrena, de hombres constituidos por cuerpo y alma, sujetos al tiempo y al espacio, condiciona nuestro conocimiento a lo que captan los sentidos: a partir de ellos, podemos hacer abstracciones graduales, para llegar a formar conceptos. Esto, que es una gran cualidad y ventaja sobre todos los otros seres de la tierra, se convierte en un obstáculo cuando se intenta pensar o hablar del "Cielo", es decir, de nuestro destino final al que hemos sido llamados desde nuestra concepción, porque cualquier representación que nos hagamos, será siempre muy alejada de la realidad, debido a que no existe ninguna cosa creada que pueda ni siquiera mínimamente acercarse a la realidad celestial.
Es por esto que San Pablo dice que "ni ojo vio ni oído oyó" (1 Cor 2, 9) lo que Dios tiene preparado para los que lo aman, es decir, para quienes, en virtud del amor que le demostraron en esta vida, fueron merecedores del Cielo.
Por eso nos preguntamos nuevamente: ¿qué es el cielo? Solo cuando -por gracia y misericordia de Dios- lleguemos a él, podremos, no comprender, porque su misterio es tan grande que no podremos comprender ni siquiera teniendo toda la eternidad por delante, pero sí al menos disfrutar y gozar, alegrarnos y amar, contemplando a la Santísima Trinidad y a María Santísima, por los siglos infinitos. Y este disfrute y este gozo, esta alegría y este amor, luego de miles de millones de siglos, no habrán hecho más que empezar.


Respecto al cielo, es una verdad insistentemente repetida en la Revelación y que está definida como dogma de fe divina y católica, la existencia del cielo, qué es lo que ocurre en el cielo: allí los bienaventurados ven a Dios cara a cara, y en esta visión son enteramente felices.
De esta manera el cielo es una determinada forma de existencia, definida por una profunda vinculación espiritual con Dios, estando en su presencia, y que lleva al hombre a una felicidad completa y eterna.
El elemento fundamental del cielo es entonces la visión de Dios cara a cara, tal como lo revela San Pablo:
"Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Al hacerme hombre dejé todas las cosas de niño. Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara." (211)
La visión de Dios cara a cara se denomina en teología visión beatífica. Se denomina visiónporque se contempla a Dios, de un modo similar a como las realidades materiales son contempladas por los ojos del cuerpo humano. Sin embargo, esta no es una visión corporal, ya que el alma no posee sentidos, sino una visión intelectual, que se mantendrá de la misma manera aún después de la resurrección de los cuerpos.
Esta visión intelectual se llama visión intuitiva, y es un conocimiento directo de Dios, inmediato, sin que haya de por medio ni imágenes, ni razonamientos. El conocimientointuitivo es opuesto al conocimiento discursivo, que utiliza principios y verdades que lo van llevando paso a paso a las conclusiones. En cambio, el intuitivo sencillamente "ve" ocontempla. Este tipo de conocimiento es el que poseen los ángeles, criaturas que no poseen cuerpos materiales.
Corresponde al fenómeno de la contemplación sobrenatural en la tierracomo una intuición pura y simple de la verdad, que ya vimos que se produce por la acción de los donesintelectuales del Espíritu Santo (inteligencia, ciencia y sabiduría), aunque en el cielo es de una forma mucho más perfecta, porque no hay nada que pueda interferir en esa visión intuitiva, como ocurre en este mundo, y además aparece un auxilio sobrenatural, ya que la inteligencia humana no puede llegar a esta contemplación que es la visión beatífica si no recibe una especie de fortalecimiento o ensanchamiento sobrenatural de su capacidad.
Esto se produce por un don sobrenatural que reside en el entendimiento llamado luz de la gloria ("lumen gloriae" en latín). La expresión luz de la gloria se inspiró en un Salmo, que dice: "En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz." (212)
De esto sacamos una conclusión muy importante: vemos que según el estado del hombre,éste necesita diferentes "luces" para su conocimiento. En el estado natural, el hombre conoce por la luz de su entendimiento racional las verdades naturales; en el estado de gracia(terrenal), es necesaria la luz de la fe sobre su inteligencia para el conocimiento de las verdades sobrenaturales; por último, en el estado de gloria (celestial), es necesaria la luz de la gloria para conocer de manera directa e intuitiva a Dios mismo.

La felicidad en el Cielo.

El resultado de la visión de Dios por la luz de la gloria es la felicidad completa de los bienaventurados, por lo que responderemos ahora a la segunda pregunta que nos hemos planteado respecto del cielo, que implica entender en qué consiste la felicidad que resulta de la visión beatífica.
Dice San Pablo: "Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros." (213)
No hay duda que el conocimiento claro, hasta donde lo podemos captar aquí en la tierra, de la gloria y felicidad que viven los bienaventurados en el cielo, es uno de los alicientes más poderosos para perseverar en la verdadera vida cristiana que nos llevará a vivirla, pese a las dificultades y sufrimientos que trae el paso por este mundo.
El Catecismo nos acerca de distintas maneras a la visión de la felicidad del cielo:
"Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, con los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el Cielo". El Cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
Vivir en el Cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn. 14,3; Filip. 1,23; 1 Tes. 4,17). Los elegidos viven "en Él"; aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí, su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Apoc. 2,17).
Por su muerte y resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el Cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El Cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.
Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del Reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, Paraíso." (214)
La felicidad esencial de los bienaventurados es la visión beatífica de Dios, junto al amor ygozo que se derivan de ella. Por lo tanto tenemos tres actos que componen esta felicidad. Lavisión de Dios implica contemplar la esencia misma de Dios, junto a todos sus atributosinfinitos, sus perfecciones, y, especialmente, distinguir con claridad a las tres Personas de la Trinidad.
Aunque los benditos ven a Dios, no lo comprenden en forma total, como Él mismo se comprende y conoce, ya que Dios es un ser infinito, y el entendimiento humano, aún iluminado con la luz de la gloria, es finito.
El segundo de los actos de la felicidad esencial del cielo es el amor. Ya vimos que el amor es una tendencia de la voluntad del hombre hacia el bien. En este caso, el bien es nada menos que Dios, conocido por la visión beatífica y poseído en cuanto a que el alma se une a Dios de una manera real, porque está en su presencia y lo siente "suyo", como en la tierra el que ama siente suya a la persona amada, y dice "mi esposa", "mi madre", "mi hijo", etc. En el cielo Dios es definitivamente "mi Dios".
El tercero de los actos integrantes de la felicidad del cielo es el gozo de Dios. El gozo es una delectación del apetito racional cuando se posee el bien amado y buscado, y es la consecuencia final del amor. No hay posibilidad de comparar este gozo con ninguna experiencia de la tierra, ni siquiera las sobrenaturales. Apenas se pueden acercar un poco a esta vivencia algunas de las experiencias de los místicos en las etapas más avanzadas de launión con Dios, como ya veremos en la Parte 4 del libro.
La mayor de las alegrías que podamos experimentar en esta vida es solamente un reflejo muy vago de las delicias que nos esperan en el cielo. La gran diferencia es que los gozos espirituales de esta tierra nos hacen conocer y amar a Dios, viviendo una posesión de Dios aún imperfecta, porque no es permanente ni tan profunda como en el cielo.
El hombre fue creado para conocer a Dios y compartir su infinita felicidad en el cielo, y no para una simple satisfacción material o con una duración limitada, como la que representa la posesión de bienes en la tierra, ya sea materiales (bienes, riquezas) o racionales (poder, fama, honor, etc.). La criatura humana no puede escapar al fin específico para la que fue creada, que es la posesión de Dios, por lo que no podrá encontrar felicidad completa y perfecta si no es en el cielo.
San Agustín refleja esta situación del hombre en una de sus frases más famosas: "¡Nuestros corazones fueron hechos para ti, oh Señor, y no descansarán hasta que descansen en ti!". Es de esta manera que el amor que profesan los bienaventurados satisface plenamente las aspiraciones más profundas de la voluntad humana, y su anhelo de amar y ser amado.
En el cielo sólo subsistirá la virtud teologal de la caridad, amando eternamente a Dios. La feya no será necesaria, porque el conocimiento de Dios no vendrá desde el proceso de la inteligencia al modo humano, sino directamente a partir de la visión beatífica, producida por la luz de la gloria. Tampoco la esperanza subsistirá, ya que la voluntad estará unida en forma perfecta con el amor de Dios como bien ya poseído, y no se necesitará ya el impulso de la confianza para buscar a Dios, ya encontrado.
Vimos que el objeto primario de la visión beatífica es Dios mismo; hay también objetos secundarios de esta visión, que abarcan muchas cosas que los bienaventurados pueden conocer, y que agregan razones nuevas a su felicidad esencial, produciendo una añadidura a esa felicidad. Veamos cuáles son estos objetos:
Los santos en el cielo ven también todos los misterios de Dios, que se habían visto a la luz de la fe en la tierra, en forma todavía oscura para el entendimiento. Ahora estos misterios son claros y distintos en la contemplación de su entendimiento. Toda la historia de la salvación quedará clara, así como los grandes misterios de la Trinidad, la encarnación, la pasión del Redentor, la figura de la Virgen María, los ángeles, etc.
En segundo lugar los santos en el cielo ven todo lo que tiene relación con sus propias personas, el sentido de cada uno de los acontecimientos de su vida, las intervenciones de Dios y de los ángeles que no se percibieron nunca, como la gracia fue guiando sus pasos, y otros acontecimientos de su propia historia.
También en el cielo se reconocerán a los seres queridos, a los familiares de todas las épocas, a los grandes santos, y se verá la gloria de cada uno de ellos, así como influyó en los que conocimos en la tierra lo que se pudo haber hecho por ellos para que avanzaran en su camino hacia la patria celestial, y también sabremos lo que hicieron por nosotros y que quizás nunca advertimos. Todo quedará a la luz y se verá el sentido de cada acontecimiento de la vida. Por supuesto estas cosas también contribuirán a la alegría de los bienaventurados.
Otro elemento importante es que los santos del cielo contemplan muchas de las cosas que suceden en la tierra, oyen las oraciones de los que se dirigen a ellos, e interceden por esas súplicas frente a Dios. Se regocijan enormemente cuando observan la conversión de los pecadores, como lo reveló Jesús:
"Os digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión." (215)
Se llevarán a cabo también en el cielo acciones propias de la comunión de los santos, con la influencia de la Iglesia triunfante o celestial sobre la Iglesia militante o terrenal. Hay un concepto muy erróneo entre los que no conocen la doctrina de la vida eterna, y es que la vida en el cielo implica una especie de aburrimiento eterno, donde hay poco y nada por hacer. Sin embargo en el cielo no hay en absoluto inactividad, sino una vida muy intensa. El Catecismo nos dice:
"Por el hecho de que los habitantes del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en santidad... No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra... Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad."
"En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap. 22,5; cf. Mt. 25, 21.23)." (216)
¡Aleluia! Así como en el camino hacia el cielo los hombres se van transformando en hombres nuevos semejantes a Cristo, dejando su yo a un lado y sirviendo a los demás, los bienaventurados que llegan al cielo continúan "sirviendo" a los hombres y a la creación. No conocemos todas las formas en que se manifiesta ese servicio, pero sí hay una forma cierta:la intercesión.
Santo Domingo, moribundo, decía a sus hermanos: "No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y los ayudaré más eficazmente que durante mi vida.", y Santa Teresa del Niño Jesús expresaba: "Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra."
No solamente, entonces, en el cielo se ama a Dios intensamente y se va gozando con el descubrimiento y conocimiento sin fin de nuevas perfecciones y cualidades de Dios, sino que hay un trato en comunidad con el resto de los santos, los de la propia familia y los otros, y hay también una ocupación en cuanto a la ayuda de los que todavía están sobre la tierra, con la intercesión y otras actividades misteriosas que desconocemos, quizás en conjunto con los ángeles, lo que también acrecentará la felicidad que se viva.
Es así como los cristianos debemos desterrar la imagen que nos presentan clásicamente las viñetas humorísticas de los que están en el cielo, ubicados sobre una nubecilla y tocando el arpa sin parar. La actividad en la vida eterna será tan intensa y variada que superará en mucho todo lo que podamos haber hecho en esta tierra.
Según Santo Tomás también los bienaventurados pueden contemplar las penas de los condenados, y esta visión acrecienta su felicidad, ya que hace más intensa la gratitud por la salvación que recibieron y por haberse librado de esas penas eternas.
Otro factor que hay que tener en cuenta respecto a la felicidad y libertad que experimentan los bienaventurados, es que quedan liberados ellos mismos del pecado, da sus causas y consecuencias. Sabemos que el pecado es la causa de toda la miseria del mundo, y es la razón fundamental por lo que los hombres experimentan el sufrimiento, la tristeza, la enfermedad y la muerte. En el cielo los hombres llegan libres de pecado, purificados, en santidad plena. También en el cielo los hombres estarán libres de las causas del pecado.
Hay tres causas principales del pecado: la naturaleza herida por el pecado original y el pecado personal, la tentación de Satanás y la atracción del mundo. En el cielo el hombre tiene sus facultades, inteligencia y voluntad, totalmente sanadas, por lo que es impecable, no puede pecar, ya que su inteligencia no puede caer en el error, iluminada por la luz de la gloria, y su voluntad no puede buscar a otro bien que no sea Dios. También desaparecerá en el cielo la presencia y acción tentadora del Diablo, y no existirá tampoco ninguna influencia de los que están alejados de Dios, los que componen el "mundo", porque sólo habrá santos.

El distinto grado de felicidad en el cielo.

La última pregunta que nos presentamos respecto al tema del cielo tiene que ver con el grado de felicidad de los bienaventurados, y nos preguntábamos si este grado es el mismo para todos. La respuesta de la doctrina católica no ofrece dudas al respecto: la bienaventuranza eterna es desigual, no en cuanto al objeto de la felicidad, que es el mismo Dios para todos, ni en cuanto a los actos del bienaventurado (visión, amor y gozo), sino en cuanto a diferentes grados de estos acto de visión, amor y gozo.
Esto significa que todos los bienaventurados ven al mismo Dios, pero lo ven, lo aman y lo gozan unos más que otros. ¿De qué proviene esta diferencia del grado de felicidad de los bienaventurados? Tiene su origen en que la luz de la gloria que se recibe es distinta, porque está en relación con el grado de crecimiento en la gracia santificante obtenido en la tierra, o, lo que es lo mismo, con el grado de santidad alcanzado en el momento de la muerte.
Es por esta razón teológica que se expresa que la santidad lograda en la tierra definirá el grado de gloria que se vivirá en la eternidad del cielo. ¡Ahora comenzamos a ver más claramente el sentido de una de las razones que vimos en el capítulo anterior para buscar la santidad en la tierra!
Santo Tomás explica claramente que entre los que vean a Dios unos lo verán con mayor perfección que otros, y esto porque el entendimiento de unos tendrá mayor claridad de visión por tener una mayor luz de la gloria. Sin embargo esta diferencia entre la gloria en el cielo de unos y otros, que comporta una mayor perfección en la contemplación de Dios, y, como consecuencia, un mayor grado de felicidad eterna, no producirá envidia alguna ya que cada uno será tan lleno de gloria como sea capaz de recibir.
Santa Teresita del Niño Jesús ejemplificaba así este misterio: decía que cada uno llegará al cielo con una determinada capacidad de gloria y felicidad, como si fuera un recipiente; algunos tendrán un recipiente pequeño, del tamaño de un dedal, y otros una tinaja enorme, pero ambos recipientes serán colmados, por lo que cada uno estará completamente saciado en su medida de felicidad, aunque el grado de gloria y la felicidad consiguiente no será el mismo.
También podemos entender esto con otro símil a nivel humano: imaginemos a un niño pequeño en los brazos de su madre habiendo comido y sintiéndose abrigado en el calor del abrazo maternal. Ese niño es completamente feliz, porque esa situación llena toda su posibilidad de felicidad de acuerdo a su entendimiento muy poco desarrollado y a su apetencia infantil.
Pensemos ahora que esa madre tiene otro hijo, ya adulto, y que ella lo ha criado con cuidados y ocupándose de él constantemente, dándole una educación y cultura superior. Además esa madre es, por ejemplo, una famosa escritora y literata admirada en todo el mundo.
Ese amor entre madre e hijo producirá en el muchacho una felicidad inmensa, llena de matices intelectuales que le darán una profundidad notable. Si comparamos ambas situaciones, encontraremos que los dos hijos aman a la misma madre y los dos son felices, aunque el grado de profundidad y extensión de esa felicidad es distinto en ambos casos, ya que el hijo mayor podemos decir que "aprovecha" mucho más que el pequeño todos los atributos, las capacidades y los conocimientos de la madre.
Así será entonces diferente en el cielo la felicidad derivada del distinto grado de gloria que tendrá cada uno, determinado a su vez por el grado de santidad alcanzado al momento de la muerte, o el grado de crecimiento en caridad, o de crecimiento en la gracia santificante, que son todos conceptos equivalentes que expresan la misma realidad espiritual: el crecimiento en la verdadera vida cristiana, y esta diferencia se mantendrá por toda la eternidad.
Por esta razón los grandes místicos que lograron asomarse, por así decirlo, a la gloria y felicidad del cielo, en función de sus profundas experiencias de Dios aquí en la tierra, tuvieron conciencia clara de lo que puede significar un grado mayor de gloria en el cielo. Santa Teresa de Jesús decía que ella estaría dispuesta a padecer durante el resto de su vida todos los sufrimientos posibles en este mundo si eso le aseguraba un poco más de gloria para vivir en la eternidad.


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