San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

domingo, 10 de febrero de 2013

El Purgatorio, dogma de fe


La existencia del Purgatorio es dogma de fe. En él, el alma es plenamente consciente de la Misericordia y de la Justicia divinas, y se lamenta el no haber correspondido, en esta vida, al Amor divino, que le pedía amor a Dios y al prójimo. 
El alma en el Purgatorio se da cuenta, con lúcida claridad, que lo que le hubiera abierto las puertas del cielo, ya desde la  tierra, era el amor a Dios y al prójimo, sobre todo a los más necesitados. Se da cuenta, con lúcida claridad, que no amó a su prójimo como debía haberlo hecho; no lo amó lo suficiente en el hambriento, y así dio de lo que le sobraba de su comida, pero nunca dejó de comer por dar de comer a un pobre; se da cuenta que no amó lo suficiente a su prójimo, porque en vez de visitar a los enfermos todas las veces que podía, relegaba las visitas por pasar más tiempo mirando televisión, navegando en internet; se da cuenta que no amó como debía, porque descuidó el trato paciente, misericordioso, amable, por un trato frío, distante, que dejaba traslucir su impaciencia y su poca caridad. El alma se da cuenta de muchas otras faltas de amor, cometidas día a día, unas más grandes que otras -enojos, impaciencias, susceptibilidad, desidia en la atención del otro, etc.-, pero todas en definitiva, hicieron que mereciera estar en este lugar, en donde deberá ser purificada por las llamas del Amor divino. El Amor divino deberá "empapar" toda el alma, para que el alma quede llena de ese Amor, el mismo Amor al que en la tierra no apreció y no supo verlo en el prójimo.
En el Purgatorio, el alma es consciente también de que para poder acceder a la visión beatífica del Ser trinitario, Ser que es Amor en Acto Puro y perfecto, necesita purificarse de la escoria del pecado, de la falta de Amor. Precisamente el pecado, al ser falta de Amor -en distintos grados, desde la ausencia completa, en el pecado mortal, hasta faltas pequeñas, en el pecado venial-, ocupa en el alma, por así decirlo, el lugar que debería ocupar el Amor trinitario. En el alma que se encuentra en el Purgatorio, el Amor trinitario está en ella y es el que, desde lo más profundo del alma del Purgatorio, comienza a intensificar cada vez más su Presencia, Presencia es purificadora y beatificadora: es purificadora, porque va quemando, con su potencia divina, las escorias del pecado; beatificadora, porque al mismo tiempo que la escoria del pecado, va llenando al alma de la gracia divina. Este proceso es percibido por el alma del Purgatorio como un fuego interior que le hace sufrir -cuando purifica del pecado- pero al mismo tiempo le concede el Amor divino, de manera tal que el sufrimiento no es como en el infierno, de desesperación, sino que se acompaña precisamente de lo que falta por completo en el infierno, y es la esperanza. En consecuencia, el alma del Purgatorio experimenta, a causa de esta Llama de Amor divino que se va haciendo lugar en ella, dolor intenso, pero al mismo tiempo ve crecer el Amor a Dios a cada instante, lo cual significa para ella experimentar, al mismo tiempo que el dolor, una dulzura y una felicidad en incremento constante. 
Es en esto en lo que consiste la diferencia radical con el infierno, en donde el Amor de Dios se convierte, para el condenado, en el recuerdo permanente e interminable de su rebeldía y de su rechazo de ese Amor, al cual no podrá ya nunca más alcanzar. A diferencia del Purgatorio, en el infierno no hay esperanza de llegar a contemplar en algún momento al Ser trinitario, y tampoco hay experiencia del Amor divino, como sí lo hay en el Purgatorio. En el infierno se sufre sin esperanzas; en el Purgatorio, se sufre con esperanza, porque algún día, cuando el Amor divino haya completado su tarea de expurgar la pena, el alma ingrese, convertida ella misma en llama de Amor divino, en el cielo.
La siguiente película constituye un excelente testimonio del Amor divino que purifica a las almas para que estas ingresen definitivamente en el cielo.


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