San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

jueves, 10 de diciembre de 2015

La falsa teología de la "muerte de Satanás"


El Demonio y el Anticristo


A partir de los años sesenta, muchos autores racionalistas y modernistas empezaron a negar abiertamente la existencia del diablo y a publicar libros sobre este tema. Los principales son: Hebert Hagg (de la universidad católica de Tubinga) cuyo  primer libro se editó en alemán en 1969 y fue traducido al italiano en 1973 por la editorial Queriniana de Brescia bajo el título La liquidación del diablo. En 1976, la editorial Mondadori de Milán publicó un segundo libro de Hagg, escrito en 1974, titulado La creencia en el diablo.

La misma doctrina sobre la no-existencia del diablo fue retomada en Holanda por el P. Schoonenberg (quién más tarde sería cardenal y coautor del Catecismo de la Iglesia Católica de 1992) y que escribió un libro en 1968, que apareció en italiano con el título Ángeles y diablos (Brescia, 1972). Además, un teólogo americano, Henry Ansgar Kelly, escribió en 1968 el libro traducido al italiano en 1969 titulado La muerte de Satanás (Milán, Bompieni); un psicólogo de la Universidad de Friburgo en Brisgovia, Johannes Mischo, se ocupó de la misma cuestión en un artículo de la revista Concilium n. 3 de 1975 y finalmente, en 1978, Walter Kasper y Karl Lehmann (después, ambos llegarán a ser cardenales), escribieron un libro publicado en italiano en 1983 con el título Diablo, demonios, posesión, (Brescia, Queriniana). Para una refutación de estas teorías heréticas cfr, Corrado Balducci, El diablo (Casale Monferrato, Piemme, 1988, pp. 83-166).

Sin embargo, más allá de la proclamada “muerte del diablo”, Satanás impera hoy, más que nunca, en el mundo moderno.

El satanismo en sentido genérico y específico

El “mundo” entero[1], no como criatura física de Dios, sino en el sentido moral y peyorativo de aquellos que viven según el espíritu mundano o carnal, opuesto al espíritu angélico y divino, es sometido al diablo por el dilema: “O Dios o yo”; “ O  la verdad o la mentira ”. El demonio es por esto llamado también “Príncipe del mundo” (Jn., XII, 31; XIV, 30) y “El dios de este mundo (2 Cor., IV,4)

El reino de Satanás combate al de Dios (Mt., XII,26) porque exprime del corazón del hombre el buen grano de la palabra de Dios, para sustituirla con la cizaña o falso-grano del error (Mc., IV 15); e intenta: «Cegar las mentes de aquellos que aún no creen, de modo que no puedan ser iluminados por el Evangelio de la gloria de Cristo» (2 Cor., IV, 41). En breve, Satanás, combate en el tiempo contra el Reino de Dios, pero Jesús, al final, vencerá, derrotará definitivamente a Satanás y conquistará el mundo (Jn., XVI, 33): «Hasta el final del mundo habrá una oposición entre los “hijos de Dios” y los “hijos del diablo” (Jn., VIII 44); los cuales cumplen las “obras del diablo” (Act., XIII, 10) que se resumen en el engaño o la seducción (Jn., VIII, 44; 1 Ti,., IV, 2; Ap., XII, 9) con los cuales, la verdad y la justicia, son sustituidas con el error y el pecado (Rom., I, 25; Iac., V, 19)»[2].

Genéricamente, el satanismo, es el estado de quien está sometido, o incluso consagrado, a Satanás. El satanismo está totalmente lleno e impregnado por el espíritu de Satanás, el adversario de Dios y del hombre. Esto, a grandes rasgos; en forma específica, el término satanismo asume tres significados: 1°) imperio de Satanás en el mundo; 2°) el culto rendido a Satanás y  3°) la imitación de su revuelta contra Dios. Es necesario estudiar todos estos significados para entender bien el satanismo.

El imperio de Satanás en el mundo

El dominio de Satanás en el mundo está revelado en los Evangelios y en San Pablo. Esto se lleva a cabo y se extiende:

a) mediante el pecado del hombre, que es contrario a la Voluntad de Dios;

b) mediante el orgullo humano o el egoísmo, que es opuesto a Dios infinitamente Verdadero y Bueno[3]

c) mediante la ley puramente exterior o farisaica, que es contraria a la verdadera Fe, interior y vivificada por la caridad.

El dominio de Satanás en el mundo más, que un imperio, representa casi un “cuerpo místico” como lo describe San Gregorio Magno (Hom. 16 in Evang.; Moral., IV, 14): «Ciertamente, el diablo, es jefe de todos los inocuos; y todos los inicuos son miembros de este jefe». Por esto, los Padres y los doctores, han hablado de contra-iglesia, refiriéndose a la Revelación (Ap., II, 9), que habla de “sinagoga de Satanás”, la cual es adversaria de la Iglesia de Cristo.

El reino de Cristo, en efecto, está en oposición radical con aquel de Satanás; son contrarios como el sí y el no, el bien y el mal, la verdad y el error, el ser y la nada. Sus respectivos objetivos son la aniquilación entre ellos, mediante un continuo combate, que terminará, sólo, con el fin del mundo y el Juicio universal. San Agustín nos habla de dos ciudades, una de Dios y la otra del diablo, que se fundan sobre dos amores opuestos: «El amor de si mismo hasta el odio de Dios y el amor de Dios hasta el odio de sí mismo» (De civit. Dei, XIV, 18).

Una terrible profecía de Pío XII

Pío XII enseño que: el satanismo más profundo y sustancial es la apoteosis del hombre que reduce la religión a opción libre y, después de haber abatido el cristianismo, invoca las dos vías falsas: la  del colectivismo socialista y la del individualismo liberal, las que llevan a la humanidad a un exterminio, primero moral, y luego físico (Radiomensaje natalicio, 24 de diciembre de 1952, nn. 12-30). Sesenta años después vemos como esta terrible profecía comienza a ser verdad.

Al este, el comunismo colectivista y ateo, y a oeste el liberalismo individualista casi han aniquilado, moralmente, la civilización europea y cristiana y ahora, especialmente el segundo, está llevando al mundo entero hacía la destrucción física en Medio Oriente. El naturalismo es el instrumento de Satanás: «y, mediante la bondad puramente natural, el príncipe de este mundo trata de encantar a los hombres para conservarlos, con toda seguridad, bajo su dominio, es decir, alejados de la verdadera Iglesia de Cristo»[4].

Satanás y los “derechos del hombre”

Hoy, la victoria más peligrosa de Satanás, es aquella el haber sacudido la Fe católica sobre su existencia real. No menos funesta, pero, es la superstición opuesta, es decir, el culto prestado a Satanás cual “divinidad” malvada que concilia y  se utiliza para los propios intereses personales (honores, riquezas, y placeres).

Los agnósticos antiguos habían identificado a Satanás con la serpiente del paraíso terrestre (Ireneo, Adv. Haer., I, 24; Tertuliano, Praescr., 47), que se exaltaban porque había reivindicado los derechos del hombre, revelando a Adán el conocimiento del bien y del mal, enseñándole la rebelión a los mandamientos de Dios. Para los agnósticos cainistas (cfr. Ireneo, ivi, I, 31) los benefactores de la humanidad son los grandes rebeldes que se enfrentaron a Dios: Caín, Esaú, los habitantes de Sodoma y, sobre todo, Judas, quien liberó a la humanidad de Jesús. Por lo tanto, no hay que sorprenderse por la reciente rehabilitación de la figura del Iscariote, hecha por el cine, y también por algunos neo-exégetas.

Monseñor Antonino Romeo nos explica como: «El culto de Satanás se concentra en las misas negras (…), que recuerdan formulas y ritos masónicos. (…) Cueva secreta del satanismo es, ciertamente, la masonería, la cual hereda la fe y las costumbres del agnosticismo cainista»[5]. La masonería, inspirada por el judaísmo talmúdico, es la contra-iglesia universal que, desde hace más de doscientos años, planifica advenimientos políticos, económicos y militares, de los cuales dependen las vicisitudes de los pueblos. Se constata, en la historia de la modernidad: «Una directiva de marcha constante, que tiende al “progreso” incontrolable, a la religión de la naturaleza, excluida ya, toda religión o moral positiva. La lucha es conducida sobre todo contra el catolicismo, caído este, el cristianismo no será más que un símbolo, o un recuerdo»[6]. Los supuestos principales y preferidos de Satanás son el judaísmo anticristiano («Vosotros que habéis por padre al diablo», Jn., VIII, 42) el cual, al mismo tiempo, ha sido inspiración de casi todas las sectas, las herejías anticristianas[7] y las Revoluciones que sucedieron desde el 700 hacia delante, en nombre de los “derechos del hombre” hasta la “revolución” instrumentalizada en la Iglesia por el último Concilio.

El “titanismo”

Consiste en la afirmación heroica del YO, defendido en su absoluta autonomía. Monseñor Antonino Romeo escribía: «Incluso, algunos teólogos católicos, para adular la voluntad o libertad humana, que ya no es reflejo de aquella divina, osan acariciar el “riesgo del pecado” (…), en una pose de “riesgo” mortal, que tiene muchos puntos de contacto con el “titanismo” de hoy en día»[8].

El marxismo, según el cual “Dios es el mal”, es una de las formas modernas del satanismo revolucionario, como también lo es el nihilismo filosófico post-moderno, que quisiera destruir la moral, el intelecto humano y el ser por participación, el cual vuelve sobre el Ser por esencia. Puede considerarse expresión de este “titanismo” el trágico hecho del Titanic, que llevaba escrita la blasfemia “ni siquiera Dios me hundirá” y que, en cambio, cayó en el abismo en su viaje inaugural con la mayor parte de los pasajeros (entre ellos, el músico Strauss). La soberbia de los armadores, no había previsto ni siquiera los botes salvavidas.

La lucha de la contra-iglesia satánica contra la Iglesia de Cristo: Signos precursores del anticristo

Monseñor Henri Delassus cita la doctrina católica sobre la lucha entre Satanás y la Iglesia y, después de abalarse por la Santa Escritura, por la Tradición y por el Magisterio, no desecha el hacer, incluso, una breve antología de las revelaciones privadas no condenadas por la Iglesia porque no hay nada de contrario en ellas a la Divina Revelación. Ciertamente, ellas no son una perspectiva teológica, pero, como sanciona San Pablo: “No pueden ser desechadas”. Aquí sugerimos al lector a ellas, como simples revelaciones privadas, que sirven a dar un poco de esperanza en estos tiempos tristísimos.

Monseñor Delassus, en El problema del ahora presente (Lilla, Desclée, 2 voll., 1904-1905; tr. It., 1907; 1ª rist. Piacenza, Cristiandad, 1977; 2ª rist. Milán/Viterbo, Effedieffe, 2014-2015) escribe: «¿Adónde conduce el torbellino que transporta al género humano? ¿A los pies de Dios o a los pies de Satanás? (…) No es la primera vez que Satanás y los suyo creen estar en la vigilia del triunfo. (…) Nosotros estamos en la hora de un combate, el más decisivo» (cit. Vol. 2, p.47).

En efecto, Gregorio XVI en su Encíclica Mirari vos de 1832 ,aplicaba a nuestro tiempo las palabras del Apocalipsis en el capítulo IX sobre el «…pozo del abismo ya abierto» (vol. 2, p.48-49, 51) desde el cual salen los errores, las depravaciones y los demonios para tentar al hombre de la forma más cruel. «La antítesis está entre Cristo o el Anticristo y ella encierra el misterio del avenir». (H. Delassus, cit., vol., 2, p.52).

También San Pío X en su primer Encíclica E supremi apostolatus cathedra de 1904 se pregunta si, el Anticristo, no está ya entre nosotros, dado que el carácter antropolátrico de la modernidad filosófica y del modernismo teológico, carácter propio del Anticristo como enseñan S. Irineo, San Ambrosio, San Agustín, San Gregorio Magno, Teodoreto, San Juan Damasceno, San Anselmo, Ruperto de Deutz, S. Beda el venerable (cfr. Cornelius a Lapide, Comm. In Sacram Scripturam, tomo XII, In Apocalypsim, ed. Vivès, Paris 1866, p. 178).

Nosotros estamos, actualmente, constata amargamente Delassus: «En un estado de anticristianismo, que es el estado necesario para que el Anticristo encuentre aceptación en el mundo» (cit., vol., 2, p. 59). Sabiamente, recuerda que ninguno conoce la fecha precisa de su llegada, pero, según el Evangelio (Lc., XII 54) cuando distingamos las nubes acumularse sobre nosotros, deducimos que la lluvia muy probablemente está cerca (cit., vol. 2, p. 61).

Pío IX escribió que, en las condiciones en las que ronda actualmente la humanidad: «Los hombres pueden ser salvados no por más que por causas segundas, o sea, por las criaturas, pero por la primer causa que es Dios en cuanto lucha, es tan grande que solamente él puede vencer a sus enemigos» (cit., vol.2, p.62).

Una luz de esperanza en las tinieblas

El glorioso León XIII en la Encíclica Praeclara (20 de junio de 1984) escribió: «Nosotros vemos en el lejano avenir un nuevo orden de cosas: la solución cristiana de la cuestión social, el final del cisma luterano y bizantino que han lacerado Europa y la luz del Evangelio que ilumina a todos los pueblos».

En La conjuration antichrétienne (Lilla, Desclée, 3 voll., 1910, pp. 852-891, 914-927) Delassus cita las revelaciones privadas que confirman las previsiones de León XIII, es decir, aquellas de Beata Catalina Emmerich, de Anna-María Taigi, de S. Brígida, de S. Hildegarda, de S. Catalina de Siena, de la Beata Catalina da Racconigi, de S. Luigi María Grignion de Montfort.

Catalina Emmerich (La conjuration antichrétienne, cit., vol. 3°, pp. 867-878) veía a una masonería desencadenada en el intento de destruir la Iglesia mediante el naturalismo teórico y práctico, con la corrupción de las ideas y de las costumbres y la veía en relación con la llegada del Anticristo.

Especialmente Roma y el Vaticano eran atacadas por los espíritus del mal y por sus suplentes, el Papa, rodeado de traidores estaba muy triste, sin embargo junto a la tela del maligno, Roma siempre estaba atravesada por una corriente de luz y de gracia. La Beata Emmerich habla de un “hombre negro o tenebroso”, que trabaja en las cercanías de la basílica de San Pedro para arruinar a los fieles y a los Pastores, y tuvo también la gracia de poder ser conducida en espíritu por el Papa León XII para ayudarle a tomar las decisiones justas.

Una misión análoga tuvo Marie Morel con los Papas Gregorio XVI y Pío IX (cit., vol. 3°, pp. 878-879)

Sin embargo, Emmerich narra también sus visiones de restauración y de triunfo de la Iglesia y de su jerarquía, que había sido anteriormente desfigurada por las impuras maniobras de la secta infernal, entre las cuales estaban también algunos sacerdotes (cit., vol.3°, pp. 880-883). Los buenos defensores de la Iglesia también luchaban, pero sin método, como si ignoraran la gravedad de la situación (cit., vol. 3°, p.885).

La Beata Anna María Taigi (cit., vol. 3°, pp. 886-890) ha tenido las mismas visiones y, especialmente, sobre el juego de los sectarios para engañar a los cardenales bajo el Papa Gregorio XVI, con el fin de destruir el Papado remplazándolo con una “nueva iglesia de las tinieblas”, abatir los dogmas y sincronizar todas las creencias religiosas. La mayor parte del clero era seducida por las tinieblas. Sin embargo, gracias al socorro de María Santísima, la Iglesia habría prevalecido sobre ellas. La Beata incluso ha visto a San Pedro elegir a su sucesor,  después del aplastamiento de la secta infernal que había maquinado la obra de demolición de la Iglesia.

Un rol, según Emmerich (cit., vol. 3°, pp. 892-895) decisivo en la batalla contra la anti-iglesia lo habría tenido el Arcángel San Miguel, justo cuando todo parecía perdido y probablemente cerca del reino del anticristo: un Papa severo, austero y santo habría aparecido y habría reanimado a los fieles.

Delassus (cit., vol. 3°, pp. 914-927) cita luego a Santa Hildegarda de Bingen (S. XII); a S. Catalina de Siena (S XIV) la cual ha dejado escrito que: «Dios purificará la santa Iglesia y resucitará el espíritu de los cristianos con un medio que está por fuera de toda previsión humana»  (Bollandisti, Acta Sanctorum, 29 de Abril); la Beata Catalina de Racconigi (S. XVI), S. Luigi de Montfort, S. Leónardo de Porto Maurizio, la Venerable María de Agreda (S. XVII) y Elisabetta Canori Mora (S. XVIII). Todos han visto la lucha de la “sinagoga de Satanás” (Ap., II, 9) contra la Iglesia de cristo, la derrota aparente de ésta última, pero también su triunfo en el momento en que todo parecía perdido[9].

El misterio de la Resurrección, en efecto, continúa, en un cierto sentido, también en la Iglesia, que Jesús ha hecho a Su imagen: desde las terribles pruebas Ella resurge más gloriosa que antes, como toda su historia demuestra, desde las persecuciones de Nerón, Diocleciano y Juliano el Apóstata, a los intentos de la Revolución Francesa de instalar una nueva religión, hasta nuestros tiempos tristes, en los cuales muchos católicos apuran con sus martirios la resurrección del Cuerpo místico de Cristo.

Tarcisius

[Traducción: Fernando Suárez]

[1] Jn, I., 10; VI, 7; XV, 18; XVI, 20; XVII, 9-16; Jn., II, 16; V, 19; Mt., XVIII, 7; Gal., VI, 14.

[2]  F. Spadafora (Director), Dizionario biblico, Roma, Studium, 3a ed., 1963, p. 165.

[3] «El diablo no perseveró en la verdad porque la verdad no estaba en él» (Jn.,VIII, 44).

[4]  A. Stolz, Teologia della mistica, tr. it., Brescia, 1940, p. 66.

[5] Voz: “Satanismo”, en Enciclopedia Cattolica, Ciudad del Vaticano, vol. X, 1953, col. 1958.

[6] A. Romeo, ibidem, col. 1959.

[7] Cfr. J. Meinvielle, De la cábala al progresismo, Buenos Aires, 1970, II ed., EVI, Segni (Roma), 2013.

[8] A. Romeo,ibidem.

[9] Naturaleza de las revelaciones privadas y ellos, valor teológico: padre Antonio Royo Marín enseña, con todos los teólogos aprobados, que las revelaciones privadas: «No entran en el depósito de la fe. En efecto, nuestra fe si basa en la Revelación pública contenida en la S. Escritura y en la Tradición divino/apostólica bajo el control y la vigilancia del Magisterio. Por lo tanto, las revelaciones privadas, sin tener en cuenta su importancia, no pertenecen a la fe católica. […]. Para los cristianos pueden constituir solo una creencia ilusoria, a la cual no están obligados a dar una muestra de fe divina. Cuando la Iglesia aprueba una revelación privada declara simplemente que no encierra nada que sea contrario a la fe o a las costumbres. Sin embargo sería reprobable contradecirla y ridiculizarla luego de este juicio eclesiástico». (Teologia della perfezione cristiana, Roma, Paoline, 1960, p. 1075-1076, n. 600-601; Cfr. S. Th., II-II, qq. 171-175; S. Teresa de Ávila, Vida, cap. 25-30; Id.,Castillo interior,Mansione sesta; S. Juan de la Cruz, Salida al Monte Carmelo, lib. II, cap. 21-30; A. Tanquerey, Compendio di teologia ascetica e mistica, tr. it., Roma, Desclée, IV ed., 1927, pp. 913-927, nn. 1490-1513).

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