San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Meditación: de las penas del Purgatorio


PUNTO PRIMERO. Considera que como enseña la Fe, las almas que salen de esta vida en gracia de Dios, no habiendo Satisfecho enteramente las deudas de sus pecados, son condenadas en el tribunal de Dios a satisfacerlas en el purgatorio, más o menos conforme á lo que pecaron y a la penitencia que hicieron, y el primer paso en esta meditación sea mirar con los ojos de la consideración un lugar dilatado de luz en el cóncavo de la tierra, lleno de las almas de los justos, padeciendo varias y rigurosas penas: unas abrasándose en vivo fuego con indecible tormento; otras en ríos helados; otras en unas navajas de acero, despedazándolas los ministros de la justicia divina; otras con hambre y sed ardentísima en suma necesidad; otras embestidas de víboras y serpientes que las están atormentando y royendo las entrañas; y otras en otros gravísimos y atroces tormentos, todas llorando y suspirando por salir de aquella oscura cárcel y penosísimo destierro: todo lo cual debe causar en tu corazón igual compasión de los que allí padecen, y temor de venir a aquel lugar, como ahora diremos.
PUNTO II. Considera lo que pasa dentro de sus corazones, porque aunque las perlas dichas son muy de temer, la mayor de todas es la privación de Dios y de su gloria, que allí padecen; porque por una parte le aman con perfecta caridad por el conocimiento que tienen de su bondad, y por otra le desean ver y gozar al paso que le conocen y aman; y aumenta este deseo la noticia que tienen así del valor de su gloria, como del derecho que tienen a ella, y la suspensión de gozarle, y la duda de cuando se acabará su destierro, no sabiendo si será largo o corto; y la esperanza de tan grande bien les causará tales ansias de gozarle, y tales congojas y dolor de no poseerle, que no hay cosa en esta vida con que se pueda explicar. Mira lo que sienten los nobles un corto destierro de su patria, pudiendo llevar consigo a sus parientes, y aliviar su pena con delicias y festines y entretenimientos; ¿pues qué sentimiento tendrán aquellas almas en su destierro, careciendo de estos alivios, y padeciendo juntamente las penas referidas? Si, dice el Sabio, que la esperanza que se dilata aflige el alma. ¿Qué aflicciones y congojas padecerán con la dilación de su esperanza aquellas benditas almas? Piensa esto despacio.; y entra, dentro de ti mismo, y considérate en aquel lugar, y mira qué dieras por tu rescate, y por salir de aquellos tormentos y conseguir la gloria;  y saca desde luego resolución firmísima de satisfacer por  tus culpas, y no dejarlo para el purgatorio, a donde será más grave una hora sola de pena, que aquí cien años de penitencia amarga.

PUNTO III. Considera las penas del purgatorio, y la gravedad de ellas, y contempla por qué castiga Dios a las almas de los justos, a quien ama tiernamente, con tan rigurosos tormentos, que sola la detención en aquel destierro fuera más grave que todos cuantos se pueden dar en el mundo, y hallarás que padecen por unas culpas veniales, de que en este siglo no se hace monta; por una palabrilla leve, por una seña o  una risa demasiada, por un pensamientillo de poca monta, por una irreverencia liviana cometida en la oración, un volver de cabeza ligeramente, y cosas semejantes que entre los hombres son de ninguna monta. Pues a quién no admira que un tan grande Dios, que tanto ama a los suyos, y de suyo es tan inclinado a piedad, castigue culpas tan leves con penas tan acerbas. Cava, en esta consideración, y saca de aquí cuán recto es Dios en sus juicios, pues no disimula con sus amigos faltas tan pequeñas, y tiembla de las muchas que has cometido en esta vida, conoce que no hay cosa que merezca nombre de pequeña en siendo ofensa de Dios, si bien llamamos así a las culpas que no privan de su gracia; pero merecen nombre de grandes respecto del Señor a quien ofenden,  y de las grandes penas con que Dios justísimamente las castiga, y resuélvete a morir antes que cometer el mas mínimo pecado venial

PUNTO IV. Vuelve los ojos sobre todo lo dicho, y considera por una parte la infinidad de culpas que has cometido en el discurso de tu vida, y lo que debes a Dios por ellas, y cómo es forzoso satisfacerle aquí o allá, y pues aquí puedes tan fácilmente, resuélvete a hacer condigna penitencia de tus pecados, y a valerte de todos los medios que Dios te ha dado para satisfacer por tus culpas, como son los Sacramentos, limosnas, indulgencias y jubileos, obras de misericordia con los prójimos, y las demás que tiene la Iglesia; y para fervorizarte más, considera que en el purgatorio, aunque las penas son tan graves como se ha dicho, no adelantan su caudal ni su merecimiento cosa alguna las almas con lo que padecen, solo satisfacen por las deudas que deben; pero acá con las penitencias y obras pías hechas en gracia se satisface y se merece, pagando por una parte las deudas de los pecados, y mereciendo por otra muchos grados de gloria en el cielo. ¡Oh que dolor tendrás en el purgatorio, por no haber tomado este consejo! Válete de él ahora que tienes tiempo, y juntamente saca de esta meditación grande piedad para con las almas que allí penan, diligenciando su libertad, porque Dios depare quien diligencie la tuya, y también afectos de agradecimiento al Señor por el tesoro que nos dejó en la Iglesia de la Sangre de Cristo Señor nuestro, y de  los merecimientos de los santos para satisfacción de nuestras deudas.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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