San Miguel Arcángel pesando las almas en el Juicio Final

lunes, 25 de enero de 2016

Los sueños de Don Bosco: la linterna mágica


Y nosotros agregamos: la linterna mágica, con la cual el demonio distrae a niños y jóvenes, apartándolos de la Eucaristía: ¿no son acaso los celulares, las "tablets", y otros inventos por el estilo? 
La estrategia del Demonio funciona porque los niños y los jóvenes piensan que la Misa debe ser algo "divertido", lo cual es una concepción absolutamente errónea y fuera de lugar: la Santa Misa no es ni debe ser algo "divertido" ni "aburrido"; es un misterio fabuloso, asombrosamente grandioso, porque es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz.  Si el Demonio triunfa, apartando a los niños y jóvenes de la Misa, y los atrae con "linternas mágicas" o celulares y "tablets", es porque los católicos no somos capaces de romper la falsa dialéctica de "misa aburrida" o "misa divertida". Como dijimos, la Santa Misa no es ni debe ser, ni aburrida ni divertida, porque la Santa Misa es el fascinante misterio de la renovación, sobre el altar, del Sacrificio y Muerte en Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.


El día 1 de mayo de 1865, [San] juan Don Bosco narraba a los jóvenes del Oratorio el siguiente sueño: 

Me pareció encontrarme en la iglesia llena de jóvenes, observando que eran muy pocos los que se acercaban a la Sagrada Comunión. Próximo a la balaustrada del altar mayor había un hombre alto, de color negro y de cuya cabeza salían dos cuernos. Tenía en la mano una linterna mágica y se entretenía en hacer ver a los muchachos a través de ella, cosas diversas. A unos les hacía contemplar un recreo muy animado y entre los juegos el que mas les agradaba; a otros, los partidos perdidos o las futuras victorias; a éstos, el pueblo natal con sus paseos, sus campos, con aquella casa determinada; a aquéllos les hacía ver en su linterna el estudio, los libros, los temas mensuales; a algunos, las más diversas frutas, los dulces más variados, el vino que tenían guardado en el baúl; no faltaban quienes veían a sus padres, los amigos, escenas pecaminosas, el dinero no entregado. Por tanto, así entretenidos, eran pocos los que se acercaban a la Sagrada Mesa. Muchos al ver los paseos, las vacaciones, lo dejaban todo a un lado y se detenían a contemplar con avidez a sus antiguos compañeros y sus pasatiempos de otros días.

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¿Saben lo que significa este sueño? Que el demonio hace cuanto puede para distraer a los jóvenes en la iglesia; para alejarlos de los Santos Sacramentos. Y los jóvenes son tan ingenuos que caen en la red y se pasan el tiempo mirando a través de la lente.
Hijos míos: es necesario romper esa linterna del diablo. ¿Saben cómo? 
Levantando la mirada a la Cruz y pensando que alejarse de la Comunión es lo mismo que arrojarse en los brazos del demonio.

viernes, 15 de enero de 2016

Basta con no estar en pecado mortal, para comulgar


Santa Clara y la Eucaristía


Discípulo. —Ahora, dígame, Padre: ¿basta, para comulgar, no estar en pecado mortal?

Maestro. —Sí, además de estar en ayunas en la forma  como lo prescribe la Iglesia y de saber lo que se va a recibir, basta no estar en pecado mortal para comulgar. Sin embargo, es necesario también ir con rectitud de intención, como, por ejemplo, para amar a Jesucristo, por espíritu de devoción, para obtener gracias espirituales y materiales, pues cuanto con mejores disposiciones se vaya a comulgar, más bendiciones y gracias se recibirán.

Jesucristo, al tomar nuestra naturaleza humana, se ha acomodado, por decirlo así a nuestro modo de ser. ¿No hacemos así nosotros con nuestros amigos y conocidos y, en general, con nuestros prójimos? Cuando uno nos ama, nos honra y nos aprecia con predilección, nosotros correspondemos a ese amor y atenciones; al que más nos aprecia y nos estima, más le amamos y estimamos también nosotros.

Lo mismo sucede con la Comunión; cuanto con más fe, piedad y devoción nos acercamos a comulgar, mejor nos conquistamos la simpatía, la bondad y la delicadeza del corazón de Jesucristo.

D. —Como hacían los Santos, ¿verdad Padre?

M. —Sí, como hacían los Santos, y como hacen las almas profundamente cristianas, las almas que quieren a Jesús y su amor.

D. — ¿Serán muchas estas almas?

M. — Muchísimas. Hay muchos sacerdotes realmente dignos, que celebran y comulgan diariamente, como los Santos. Religiosos y religiosas realmente piadosos, que diariamente comulgan, como si fueran ángeles... Madres sinceramente piadosas y cristianas, jóvenes de ambos sexos pertenecientes a institutos religiosos y de familias cristianas, que cada día se acercan a comulgar con las mejores disposiciones. Únicamente los veletas, los disipados, los tibios, la gente de poca fe, se acercan a comulgar con indiferencia, sin reflexión.

D. — ¿Estos tales, harán mal la Comunión?

M. —No, si no están en pecado mortal no comulgan mal; siempre hacen una obra buena y admirable, como dice el Catecismo; pero se privan de muchas gracias.

D. — ¿Qué quiere decir, Padre, con esto?

M. —Para explicártelo mejor te pondré ejemplos, quizá un poco rastreros; pero escúchalos con paciencia.

Ve un primer caso: Dos campesinos trabajan en la misma tierra: el uno la trabaja y la cultiva con asiduidad, quitando primero las hierbas, cavándola, rastrillándola; la abona, y con todo cuidado deposita en ella la semilla; abre Zanjas para el desagüe, pone cercas para que no pasen por ella, y vigila constantemente su campo. El otro por el contrario, la trabaja de cualquier manera, de prisa y de pasada. ¿Quién de los dos crees recogerá mejores y más abundantes frutos?

D. —Sin duda, el primero.

M. —Pues lo mismo sucede con la Comunión: en conformidad con las disposiciones que se llevan y del interés que uno se toma, y de la devoción y piedad que se pone; en proporción, digo, del cuidado con el cual se manifiesta a Jesucristo nuestro amor y nuestra benevolencia, se recibirán el provecho y los frutos.

Segunda comparación: Salen juntos dos al mercado o de paseo. El uno se contenta con andar, respirando aire sano, gozando del sol, mirando los prados floridos, o, si va al mercado, observando la mercancía expuesta y los escaparates de las tiendas; el otro, por el contrario, recoge de aquellas flores, hace provisión de los artículos que más le agradan y serán más útiles para él y para su familia. Al volver, ¿quién de los dos habrá aprovechado mejor el paseo?

D.  ––Sin duda, el que ha adquirido y llevado a su casa lo bueno que encontró.

M. —Pues así se comprende enseguida que la Comunión es un tesoro de inapreciable valor, inagotable bien que se ofrece a todos los cristianos, y del que más disfruta y se enriquece el que mejor se industria.

D. —Si es así, poco fruto he sacado yo hasta ahora de mis Comuniones; pero, en adelante, quiero que sean tan devotas y tan fervorosas, que constituyan un verdadero tesoro para mi alma.

M. — Muy bien, persevera en tus propósitos y haz que sean firmes y eficaces.

D. —Sin embargo, Padre, si uno va a comulgar sin esta fe y esta devoción, ¿comulgará mal?

M. —No. La Comunión, te he dicho, está mal hecha cuando uno se acerca a ella en pecado mortal y sin las disposiciones de que hablamos antes; de lo contrario, siempre estará bien hecha y será buena y provechosa, porque obra ex opere operato, como enseñan los teólogos, o sea, por su propia virtud sobrenatural y divina.

D. —El que no tiene esas disposiciones, ¿haría mejor no comulgando que frecuentando la Comunión?

M. —A esta pregunta te respondo con una tercera comparación:

Es frecuente dar con personas que por estar indispuestas, no sacan gusto de la comida y casi preferirían no comer, pues aun lo poco que comen lo toman a la fuerza y con cierta repugnancia. No obstante, aquello poquito, tomado de esa manera, les aprovecha, se convierte en sangre y en carne, y así van tirando y desempeñan sus quehaceres. ¿Que sería mejor para éstos: comer o no comer?
D. —Si no comen se mueren.

M. —Luego así debe pensarse de la Comunión, que es alimento de las almas. Si no comen morirán, acabarán languideciendo y caerán en el pecado, que es muerte de las almas.

     El Espíritu Santo hace hablar así al pecador en la Sagrada Escritura: “Estoy mustio como hierba cortada; mi corazón se encuentra seco como el heno del prado porque He dejado de comer mi pan”. Esto es, sabía que debía comer el pan que Jesús me ha dado para vivir, y por indiferencia, por descuido, por fútiles razones, no lo he hecho. Esto constituirá el continuo remordimiento de los que descuidan la Comunión, aunque vivan sin cometer faltas graves.

D. —Entonces, Padre, ¿hacen mal los que dejan de comulgar porque no sienten ni piedad ni devoción?

M. —Sí. Hacen mal y se equivocan, como los que no comen porque no sienten apetito, los que no toman medicamentos cuando están enfermos, los que no buscan ayuda cuando están débiles, los que no se acercan a la lumbre cuando sienten frío, o a la fuente cuando tiene sed.

Comulgar con fe y amor



Discípulo. — Dígame: Padre, ¿cuáles son las disposiciones para comulgar bien y con fruto?

Maestro. –– Primeramente, nunca debemos acercarnos a comulgar como autómatas, con frialdad, apatía o indiferencia, sino con devoción, fervorosos, rebosantes de fe y de grande amor. ¿Acaso este Sacramento no es el Misterium fidei, el misterio de Fe por excelencia? Sí, es misterio de fe porque creemos en él en contra de nuestros sentidos, que no ven en la Hostia blanca y pura más que el pan, en el cáliz otra cosa que vino, sintiendo el sabor, olor y tacto de pan y de vino.

Pero si, efectivamente y con la mayor firmeza, creemos que en la Santísima Eucaristía está presente real y verdaderamente Jesucristo, verdadero Dios, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, y creemos que al ir a comulgar recibimos en verdad a este Dios, que entra en nosotros y se hace uno con nosotros, ¿qué sentimientos y afectos deberemos llevar, tener, sentir? ¿Qué alegría no experimentaremos? ¿Qué esperanzas de consuelo y de protección? ¿Cuál no deberá ser la profundidad de nuestra voluntad y devoción al recibirlo? ¿Con qué anhelo no suspiraremos por El, invocándole, suplicándole y dándole gracias?

Léese en la Vida de San Felipe Neri que empleaba el mayor tiempo posible para la celebración de la Santa Misa y para dar gracias, y que frecuentemente despedía al monaguillo después de la Consagración con estas palabras: —Vete, ya volverás dentro de una o dos horas, cuando yo te llame. Y entretanto se comunicaba con Jesús, Hostia viviente en el Altar, por largo tiempo y en íntima conversación, como un amigo con su amigo más entrañable.

D. —Yo también, Padre, he oído hablar y contar lo mismo de algunos santos, que, celebrando la Misa, en el momento de la Consagración y de la Comunión, veían y sentían visiblemente a Jesucristo, como le sucedió muchas veces al Beato Juan de Ribera, al Beato Eymard, a San José Cottolengo, a San Juan Bosco y a muchos otros.

M.— Sin contar los sacerdotes, es muy cierto que muchos otros, como Santa Teresa de Jesús, Santa Teresita del Niño Jesús, San Luis Gonzaga, el Siervo de Dios, Domingo Savio, etc., etc., con frecuencia quedaban arrobados, en éxtasis, después de comulgar, y al volver en sí de este suavísimo sueño, se sentían rebosar de Jesús y de sus divinos consuelos.

D. — ¡Ah, sí me lo concediera el Señor a mí alguna vez!

M. –– Sí, te lo puede conceder, pues ¿quién es capaz de contar el número de almas a quienes Jesús se ha manifestado de esta manera sensible y real? Habiendo fe y amor, existe también el milagro.

D. — Padre, por lo que toca a la fe, creo tenerla, pues estoy firmemente convencido de estas grandes verdades; pero en cuanto al amor no me basta todavía. Dígame algo sobre él.

M. — Santo Tomás de Aquino, serafín de amor, dice que debemos acercarnos a comulgar con el mismo impulso con que se precipita la abeja sobre la flor para libar el polen que después convierte en dulcísima miel; con la misma ansiedad con la que, calenturiento, se lanza uno sobre el agua para calmar su sed; con la impetuosidad con que el niño se pega al pecho de su madre para chupar la leche que ha de convertir en su sustancia. El amor es un fuego que todo lo abraza. Si amáramos de veras a Jesús, desearíamos recibirlo con más ardor, y frecuentaríamos más la Sagrada Comunión. “El amor no es amado”, decía Santa Teresa derretida en lágrimas.

D. –– ¡Oh Padre, qué cosas tan hermosas! Pero prácticamente, ¿qué hay que hacer para sentir ese amor y esa fe?

M. — Es cuestión de acostumbrarse, pues se consigue poniendo sumo empeño y esforzando mucho la buena voluntad. O mejor, es cosa de hacerse siempre niños, considerar la Comunión como la leche que debe darnos la vida, el crecimiento, la robustez, la perfección, la santificación y la divinización. En vez de en el niño, pensemos en el pobre que pide al rico, en el enfermo que pide la salud al médico, en el náufrago que demanda ayuda y salvación.

Hace algunos años asistí a un enfermo muy grave, que no cesaba de pedir viniera el médico. Cuando éste llegó, inmediatamente exclamó: “Doctor, ¡no me deje morir! ¡No me deje morir!” Este grito de angustia expresaba la confianza sin límites que este pobre enfermo había depositado en el médico y el favor que le pedía de curar sus males. Nosotros somos los necesitados de siempre, los enfermos de todas horas; necesitamos constantemente la Eucaristía, que es el tesoro inagotable, la medicina y el bálsamo divino: acerquémonos a la Comunión y repitamos también nosotros la súplica de aquel moribundo: — ¡Jesús, no me dejéis morir! ¡Haced que viva para amaros siempre y más y más!

En todas las peregrinaciones que continuamente se hacen a Lourdes desde hace casi noventa años, por ser la ciudad del milagro, se celebra una función especial, que consiste en bendecir a los enfermos con el Santísimo, llevado por uno de los señores Obispos allí presentes.

Siempre se desarrollan escenas de fe y de amor. Miles y miles de fieles, postrados de rodillas, lloviendo o bajo un sol canicular, no cesan de gritar: ¡Jesucristo, tened piedad de nosotros! ¡Jesús, haced que vea! ¡Haced que oiga! ¡Haced que ande! ¡Haced que sane!

Espectáculo por demás conmovedor, al que nadie puede asistir sin extremos de fe y sin derramar lágrimas. La oración brota espontánea de los labios, nace impetuosa, atronando el espacio, capaz por sí sola de ablandar los corazones más duros, y que cada vez es seguida de los más estruendosos milagros.

Pues bien, cuando asistimos a la Santa Misa y nos acercamos a comulgar, acordémonos de Lourdes, y lancemos con todo el ardor de nuestro espíritu estas mismas invocaciones de fe, de esperanza y de amor.

D. — Entonces podríamos decir en verdad que nuestras Comuniones fructifican y son muy agradables a Jesucristo.

M. –– Serían tal como Jesucristo las quiere y como deben ser siempre: obradoras de milagros.

jueves, 14 de enero de 2016

Si llamas al demonio, él viene luego a cobrar la factura



Acaba de estrenarse la película: “Exorcismo en el Vaticano”, una película en la que se habla de comportamientos demoníacos y se muestran supuestas posesiones o “infectaciones”.

¿Es esto real? ¿Ocurre tal y como lo cuenta la película? En el programa “Fin de Semana” de la Cadena COPE entrevistaron al sacerdote José María Muñoz Urbano, exorcista oficial de la diócesis de Córdoba quien explicó cómo los exorcismos se siguen solicitando, incluso “cada vez más”: “La gran razón es la crisis espiritual que tenemos, cada vez se trata menos el tema de Dios y hoy en día en las Redes Sociales encontramos el tema del espiritismo muy a mano”.

Las consecuencias de todo este juego con lo demoníaco son las posesiones o infectaciones y el sacerdote explica que en Internet se puede encontrar fácil información para güiras y rituales satánicos: “Esto lo tiene un joven a mano y esta jugando con el demonio”.

Se trata de cosas muy serias: La güija es bastante peligrosa. “Un 70% de casos que me encuentro de posesiones o personas infectadas por el demonio es por jugar con la Güija”, explica este sacerdote que muestra que muchas veces se realiza por curiosidad: “por intentar hablar con un difunto…se juega con esto y luego en la casa suceden cosas extrañas… o personas que de repente comienzan a tener un malestar o cosas que no funcionan”.

“Cuando se llama al demonio, él viene a cobrar la factura”, afirma muy serio el sacerdote que muestra que la tarea del exorcista es, en primer lugar: “poner a la persona en gracia de Dios”. “Esto no es magia. Para que Dios pueda curarte y echar los demonios tú tienes que estar cerca de Dios”.

José María Muñoz Urbano explica que con el tema de la “güija” o Charli-charlie…con estas películas la gente se acerca por curiosidad y luego llega la factura. No obstante para saber si hay una posesión o acción demoníaca él recomienda tres criterios: Primero acercarse al párroco que conozca, luego pasar por un psicólogo y finalmente ir al exorcista, si ni el párroco ni el psicólogo ven nada raro. “Algunos ven demonios en lo que son problemas humanos”, concluye el exorcista oficial de Córdoba.
(http://es.aleteia.org/2016/01/13/si-llamas-al-demonio-el-viene-luego-a-cobrar-la-factura/)